jueves, 2 de julio de 2009

Ideodrama


Había una vez un señor que cuando se lo miraba de atrás era fácil distinguir las formas que adoptaba su cabeza según las ideas que se le iban ocurriendo. Un día yo caminaba por una de esas calles igual a todas las demás, con mis ojos que se cruzaban por las juntas de las baldosas amarillentas cuando un cambio en el paisaje me hizo levantar la mirada. Era la cabeza del señor que no dejaba de cambiar de forma, ahora una flecha, ahora un círculo, después un triángulo, un ratito mas tarde algunas formas orgánicas que nunca pude adivinar. Dos cuadras caminé como sonámbula atrás de ese fenómeno con la intriga que me comía por dentro hasta que decidí apurarme y cruzarlo como el auto de un policía se cruza frente a frente con el auto del fugitivo, Discúlpeme, su cabeza comunica cosas pero no se cuál es el código para descifrar el mensaje, ¿podría ser tan amable de contarme todas esas cosas que está pensando? Aceptó, nos sentamos a tomar un café en alguna esquina de esas que con los ojos abiertos es igual a todas las otras pero si los cerrás se sienten las anécdotas y personajes que la distinguen de la de enfrente. Luego de un rato el señor de la cabeza expresiva terminó de contarme todas las ideas que se le habían ocurrido en esas dos cuadras y mis ojos brillaron.

Una madrugada me desperté con el cuello a la miseria, salió de mis adentros un gran ¡Pero che! ¿Acaso no podré dormir? y con los ojos medios achinados salí en búsqueda de un héroe que me permitiera descansar. Hurgando entre los cajones de un mueblecito restaurado lo encontré, decidí volver a mi cama pero en el camino algo llamó mi atención. En el gran espejo con marco dorado se reflejaba mi cabeza que mutaba sin cesar, ahora una flecha, ahora un círculo, después un triángulo, un ratito mas tarde algunas formas orgánicas. Me quedé mas dura que mi propio cuello y la fatalidad me inundó, ¿Me contagió? ¿Qué me contagió? ¿Moriré? Cuando mi ataque de paranoia se apaciguó decidí ser mi propio doctor, Tengo que sacarme esto de la cabeza, ¿dejo de pensarlo? No, mejor lo registro por las dudas que a alguien mas padezca de lo mismo. Así fue que prendí la lamparita de mi escritorio y empecé a escribir en mi cuaderno de hojas chiquitas, ese donde a veces anotaba los sueños que me acordaba, dicen que los creativos deben hacerle caso a los sueños. Pasaron un par de horas y seguía anotando y anotando, palabras sueltas, frases de autoayuda, slogans publicitarios, nada tenía sentido y mis ojos achinados terminaron por ser dos rayitas pegadas a una hoja chiquita.

La lamparita del escritorio crecía y la luz que salía de ella cambiaba frenéticamente de color, de las hojas chiquitas empezaron a aparecer objetos, personajes, formas geométricas, algunas letras sueltas que se habían corporizado, de pronto era una fiesta. Estos vaya-uno-a-saber-como-llamarlos bailaban sin cesar y sonreían. Empezó a caer gente al baile, mas letras, mas personajes, mas formas, ninguna se parecía a las que salieron de la hoja chiquita pero en el fondo eran como centenares de gemelos idénticos, entendí que salían de otra hojas, que antes habían estado en otras cabezas, que había otros como yo que sufrían de una cabeza dinámica.

Mis ojos volvieron a ser dos canicas y sin prisa pero sin pausa me alisté en la búsqueda de esas otras cabezas dinámicas. Salí corriendo a la calle y seguí corriendo alrededor del barrio con el poder de observación del mejor policía científico de Las Vegas, y entonces vi lo que me temía, todos padecían de cabeza dinámica, ¡Esto es una epidemia! Algunos parecían sanos a primera vista, pero luego con la avezada mirada de Grissom se distinguían formas sutiles bajo sus muchos o poco cabellos. Todas las caras eran grandes para todos los ojos chiquitos que denunciaban malas noches, todos los cuellos duros me decían que las cabezas de mis vecinos tampoco descansaban en el horario de descanso.

¡Esto no puede seguir así compañeros!, dije subida a una tarimita donde antes había estado parado un oficial que velaba por la seguridad de la plaza. Se la había pedido de manera educada, no quiero problemas con la ley. La masa aplaudió mientras sus cabezas se transformaban cada vez con mayor velocidad. ¡Nuestros cuellos ya no dan más! ¡Nuestros cuerpos necesitan descansar! ¡Algo tenemos que hacer compañeros!, seguía diciendo desde la tarimita moviendo mis manos como cualquier referente político debe hacer si pretende ser referente político. ¡Ciudadanos de mi ciudad debemos tomar cartas en el asunto! Esta es una situación que nos afecta a todos, que no tiene una respuesta visible, por esta razón es que llamo a la solidaridad. ¡Los edificios de alrededor de esta plaza serán empapelados y se repartirán lápices a todos, por favor pedimos su colaboración, necesitamos una solución a este gran problema!

Caminaba por las calles que rodean la plaza con una gaseosa en botella de vidrio que se calentaba por el contacto del material con mi mano, necesitaba una respuesta, una estrategia, cómo seguir con esto. Cuando pasaba frente al gran papel blanco que cubría la municipalidad vi a aquel hombre que me había contado sus pensamientos, fui hacia el, capaz el sabría decirme cual era el camino. Lo invité a tomar una cerveza, también en botella de vidrio, nos sentamos en la misma esquina de aquel día. Empecé a preguntarle sobre esta enfermedad, desde cuándo la padecía, cómo se la había contagiado. Mis padres sufrían de lo mismo, dijo, al igual q sus padres y los padres de estos y no se desde que generación vendrá. Cuando era niño empezó a suceder, un día, asustada, la maestra del colegio me mandó de vuelta a mi casa y le pidió a mi madre que no me llevara hasta que esto se detuviera, de ahí es que no terminé jamás el segundo grado, luego estudié por mis propios medios cuando el cansancio me lo permitía. Terminé por acostumbrarme y ahora puedo dormir bien, ya no es una molestia pero nunca supe cual era la causa. Estábamos terminando la cerveza cuando se oyó un ruido ensordecedor como si fuera una estampida de adolescentes gritonas tras un ídolo pop. Venía de la plaza, fuimos a ver que pasaba, luego de pagarle al blondo mozo el total mas la propina correspondiente. Eran millones de vaya-uno-a-saber-como-llamarlos descontrolados, eufóricos, saltaban y hablaban, se metían en todos los rincones. Atónita miraba la escena surrealista, trataba de entender. De los inmensos papeles blancos salían más. Me acerqué a la hoja que cubría la municipalidad, las palabras escritas por los vecinos no estaban mas, ahora bailaban sobre el caballo de la estatua, ese que está en el medio de la plaza. La gente estaba aterrada, que eran estas cosas que venían a invadir nuestro territorio, ¿por qué nuestra ciudad? Me abrí paso entre la extraña multitud y me subí a la tarimita. Con un grito a lo René puse fin a la algarabía y poniendo cara de seria, ¡Esto no quedará así! ¡Nadie invade nuestro pueblo! ¡Uniendo nuestras ideas lograremos combatir los males que hoy nos aquejan y echaremos a estos seres, si así pueden llamarse! Una “O” azul que estaba por ahí cerca empezó a gritar, los aplausos de los vecinos no me dejaban oírla, hasta que lo logré, Nosotros somos sus ideas y estamos hartos de las condiciones en que nos tienen, todo el día encerrados en un cráneo, algunos nos tienen en solo una parte pequeña y olvidada, ¿creen que es fácil? Queremos salir, queremos ser hechos, ya estamos aburridos de ser pensamientos.

La tarimita se movió como un samba en sus mejores épocas, mis ojos rodaron hasta que lo blanco se hizo negro, sentí un temblor y después nada. Volvió el blanco, una mancha roja, que luego fue un triángulo, me cacheteaba para que reaccionara. Cuando pude levantarme me topé con la imagen, bizarra si se quiere (ya a estas alturas nada parecía demasiado ilógico), de miles de ideas cacheteando a los vecinos desplomados por todo el lugar. Busqué a aquel señor y lo invité con otra cerveza, teníamos que pensar y esta vez sin las ideas en nuestra cabeza. Los dos afligidos, con las miradas, una perdida en el horizonte, la otra en la indeseada espuma dentro del vaso con cintura. De repente mi cabeza empezó a moverse, dolía un poco. ¡Tienes una idea! Dijo el señor, sonreí mientras buscaba una lapicera en mi cartera. Agarré una servilleta de esas que no limpian nada y anote lo primero que se me ocurrió: CONSENSO. Enseguida la palabra saltó de la inútil servilleta y la invitamos a sentarse con nosotros a hablar sobre la situación. Luego de varias botellas, terminamos de definir nuestra propuesta.

El señor y yo de un lado, CONSENSO y la “O” azul del otro, a nuestro alrededor el pueblo y las ideas mezclados esperaban una respuesta. Hablamos, se hizo de noche, se hizo de día, seguíamos hablando, hasta que alguien dijo, ¡Ya está todo dicho! Busqué mi apreciada tarimita y me subí. ¡Conciudadanos, Ideas! Hemos llegado a un acuerdo. Las ideas, pretenden ser hechos, serán hechos. Nos hemos comprometido a no dejar ni una idea en nuestras cabezas, en respuesta, ellas no molestaran dentro nuestro el tiempo que estén allí. ¡Nos uniremos para combatir los males que nos aquejan, y gracias a nuestra alianza con las ideas vamos a lograrlo! Volvió a sentirse un ruido ensordecedor, esta vez parecía agua golpeando contra techos de chapa a lo lejos, eran los aplausos de todos. Sonreí.

Me abrí paso entre la gente, esta vez en el sentido contrario, volví a mi casa, me dolía la cabeza, no eran las ideas era el hambre, hacía dos días que no comía, además de no dormir. Pasé por el mueblecito rojo y saqué otro héroe del cajón, esta vez no tuve que revolver. Caminé con los ojos medios achinados para mi habitación, el gran espejo con marco dorado me mostraba un sutil movimiento en el lado izquierdo de mi cabeza, di media vuelta y volví sobre mis pasos hasta llegar al lado del mueblecito rojo, prendí la lamparita y anoté en mi cuaderno de hojas chiquitas la idea que tenía en mente. Enseguida saltó y me saludó. Hola! Hola, ¿como estás? Perdoname pero necesito dormir, mañana serás un hecho. Buenas noches.

vale.s.a. 26.05.09